Hola, hipergrafista 👋
Esta semana estoy leyendo Un verdor terrible, de Benjamín Labatut (Anagrama, 2020). Es una lectura en curso, no finalizada.
No lo tenía contemplado pero hace algunos meses —¿cinco, seis?— hice la reserva en la Biblioteca Pública Digital y a fines de enero se liberó una copia.
Así que abandoné el Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein (?) y me puse a leer.
Estas son mis primeras impresiones.
Es un libro sobre los límites de la ciencia en la cabeza de científicos y matemáticos con vidas más o menos malditas. Es, también, sobre los avances ciegos de la ciencia, “la más peligrosa de todas las artes humanas” dice en un punto el narrador al hablar de Frankenstein de Mary Shelley. ¿O es sobre la genialidad que decanta en locura y revierte sus progresos?
Un ejemplo del horror de la ciencia con el uso de gas cloro en las trincheras de la Primera Guerra Mundial: “Lo que vimos fue la muerte total. Nada estaba vivo. Todos los animales habían salido de sus agujeros para morir. Conejos, topos, ratas y ratones muertos en todas partes. El olor del gas aún flotaba en el aire”.
Mientras leo me pregunto si lo que se escribe sobre científicos como Karl Schwarzschild o Fritz Haber es cierto o no. ¿Existieron? ¿Pensaron eso que pensaron? ¿Vivieron como vivieron? Resisto la tentación de guglear sus nombres y caer en el agujero de conejo de sus excentricidades. Me mantengo incólume hasta que llego a la historia de Alexander Grothendieck, un matemática apátrida, anarquista, que estiló una barba frondosa y terminó calvo como si fuera el doble de Foucault. Lo gugleo. Y sí, existe.
Hay algunas cosas de Labatut que me recuerdan a los perfiles de Leila Guerriero (Plano americano, te pienso). En su texto sobre Nicanor Parra, Guerriero dice: “La traducción [de El Rey Lear] se celebró como la mejor jamás hecha al castellano”. Labatut también consagra la autoridad de sus científicos: son pioneros, los primeros en llegar. Y en algunos casos los primeros en irse: de sus cabezas y de este mundo.
A propósito de eso, este breve texto de Ignacio Álvarez se hace preguntas sobre el narrador que construye Labatut: “Cuando el libro dice, como dice a veces, que tal o cual descubrimiento ‘cambió para siempre la comprensión que tenemos del universo’: ¿podemos creer que efectivamente cambió nuestra comprensión del universo? ¿Podemos acompañar al narrador en su asombro?”.
Mientras leo recuerdo En busca de Klingsor, de Jorge Volpi, una novela que también cruza ciencia y horror y nazis. Lo leí el 2013 en un tablet, de la peor forma posible: una mala fotocopia escaneada y separada en cinco pdf, con pérdidas de páginas y sentidos e hilos conductores. Me gustaría aventurar un vínculo sólido entre ambos libros, pero no me da…
Hay otro libro de Labatut que aún no he leído. Se llama Después de la luz y lo editó Hueders el 2016. Su portada es parte de la obra “El rapto” de Norton Maza y muestra un cuerpo que cae de cabeza por una cueva, rodeado por un cono de luz. Intento vislumbrar una silueta que, con los brazos estirados, podría recibir ese cuerpo. Esa es la sensación de vacío que producen algunos pasajes de Un verdor terrible.
Lo último. Esa caída al vacío resuena con el epígrafe de Guy Davenport: “We may rise by falling”.
Un par de cosas finales
En el blog de fundación La Fuente publicaron una entrevista que hice con Nayareth Pino Luna, autora de Mientras dormías, cantabas (Los Libros de la Mujer Rota, 2021): “Escribir una obra es entregar una ofrenda a la literatura”.
Además, publiqué nuevas lecturas de #PrimerasPáginas: Diario de Koro de Gastón Carrasco y Piña de Gonzalo Maier. Las puedes ver en Youtube y las puedes escuchar en Spotify o en otras plataformas.
Me debato entre continuar con esas lecturas o abandonarlas. ¿Debería seguir? Responde este correo y cuéntame qué piensas.
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Eso es todo, cierre de transmisiones.
Me voy a leer.
Pato