Hola, hipergrafista 👋
Mi primer librero fue una repisa de madera adosada al muro de ladrillos de la casa de mis abuelos.
Tenía 15 años.
En ese rectángulo de madera puse cuatro o cinco libros, la mayoría lecturas de colegio: algunos de Eric Wilson —Terror en Winnipeg, Pesadilla en Vancúver—, un almanaque del año 96 (aprendí esa palabra gracias a Volver al futuro) y uno de Carmen Vásquez-Vigo, El muñeco de don Bepo.
Fue en esa casa que desarrollé mi hábito lector y otras manías, como las fundas de papel craft y la colección de marcadores de libros (que ya boté hace algunos años).
Recordé esa imagen, ese librero, ahora que estoy rodeado de libros en cajas, preparando una nueva mudanza, con el estrés a tope y con ganas pantagruélicas de comer chocolate a destajo.
El destino: Temuco, a unos 700 kilómetros al sur de Santiago.
Me he cambiado de casa tantas veces que ya perdí la cuenta. Tengo un PhD y tres posdoctorados en la materia.
Uno de los momentos que más amo y odio de la mudanza es el momento de guardar los libros en cajas.
Ha adquirido características de ritual: tomo un puñado del librero, sacudo el polvo o soplo con fuerza en la parte superior, los acomodo en la caja, a veces acostados o de pie, saco un ejemplar que sea más ancho, lo encajo en un costado, completo los vacíos como si de un tetris se tratara.
Durante ese ceremonial a veces hay algunos caídos: libros que nunca quise, libros que nunca leeré, libros que traen malos recuerdos. Son materia de donación y no llegan a ocupar un lugar en las cajas.
Pese a mi obsesión con las listas, no tengo idea cuántos libros tengo. ¿200, 300?
Da igual. Es una enormidad frente a esa fracción con la que inicié mi biblioteca en la casa de mis abuelos.
Mi librero actual tiene más de veinte repisas. Al ojo calculo que salen unas 15 a 20 cajas de libro. Eso lo aprendí en el tercer año del doctorado en mudanzas. Ya llevo doce y faltan unas cuatro repisas completas.
Con ese librero confirmé lo de Umberto Eco: mucha gente —parientes, amigos— pregunta si uno se leyó todos esos libros. Nunca tuve a la mano la respuesta de Eco:
"No, estos son los que tengo que leer para fin de mes. Los otros los guardo en mi oficina”.
Escribo esta divagación para postergar lo inevitable: meter todo en caja y sentir la desnudez y el vacío de no tener nada a la mano.
Aunque un par de libros irá en la mochila. Recientemente La Piedra Redonda Ediciones me facilitó dos títulos de su colección Disco Rayado.
La premisa de esta colección me atrapó: cada libro aborda un disco de la música chilena desde la perspectiva particular de su autor o autora.
En La espada & la pared, María de los Ángeles Cerda escribe una crónica sobre este disco de Los Tres, lanzado en 1995, con entrevistas y una exhaustiva revisión de prensa de la época.
En Pateando piedras, Francisco Ortega usa las letras de Los Prisioneros para narrar la historia de tres amigos en un pueblo al sur de Chile, marcados por la decepción del futuro.
Pronto compartiré más de esta editorial en Hipergrafía.
Por ahora cierro transmisiones para seguir armando cajas y te dejo una pregunta: ¿te ha tocado mudar tu biblioteca? Responde este correo y cuéntame.
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A mediados de febrero envié la edición #39: La carretera al infierno. La próxima entrega de Hipergrafía llegará a tu correo el jueves 17 de marzo de 2022.
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Eso es todo, cierre de transmisiones.
Me voy a leer.
Pato
Me he mudado tantas veces como tú, al parecer! Y los libros son siempre un tema, quizá Él ítem más complejo e importante. Cuando pienso en la mudanza transatlántica, de volver a Chile, desde Europa, es el ítem más delicado y caro. O sea, "delicaro".