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Hay libros que te desgarran mientras los lees.
Te dejan agrietado, dañado, en búsqueda de reparación.
Con una pequeña llaga en el corazón que, sin embargo, puede estar rodeada de belleza y pesadumbre.
Hace poco leí una novela de la uruguaya Rafaela Lahore que tiene un comienzo brutal: la hija descubre una carta de su madre en la que dice que quiere suicidarse. El título de la novela encapsula esa tensión: Debimos ser felices (Montacerdos, 2020).
Es una frase que resume la desgracia de una existencia que, resignada, asume que ya no hay vuelta atrás. ¿Vuelta sobre qué? Sobre todo: el pasado, el presente y, por cierto, el futuro.
Esas tres palabras las dice la madre en un día de playa espléndido, inmortalizado en la fotografía que va en la portada del libro. “Debimos ser felices”. No es el optimista y reactivo “debemos ser felices” que proyecta un cambio, una mejora.
Debimos como el ya fue, ya pasó, y no hay nada que nadie pueda hacer para remediarlo.
¿Cuáles son los libros más tristes que has leído?
Ese acatamiento de la desgracia, la desdicha, me parece tristísimo. Tres palabras de Rafaela Lahore para perforar corazones.
Estos pensamientos sobre la tristeza me llevan nuevamente a Agridulce (Urano, 2022) de Susan Cain, ese ensayo sobre el poder transformador de la fuerza silenciosa de la melancolía. En un momento escribe Cain:
“La música triste tiene más probabilidades que la alegre de suscitar lo que el neurólogo Jaak Panksepp calificó de «estremecimiento en la piel que eriza el vello», conocido también como «escalofrío»”.
Y después:
“Una sonata triste puede ser terapeútica para quien ha experimentado una pérdida o sufre depresión, puede ayudarnos a aceptar las emociones negativas en lugar de obviarlas o reprimirlas, puede hacernos conscientes de que no estamos solos en nuestra pena”.
¿Pasa lo mismo con los libros tristes? ¿Son un recordatorio de que no estamos solos en nuestra pena? ¿Qué sentidos se activan al leer sobre la pena imaginaria? ¿Hay algo liberador en esas lecturas?
Tantas preguntas.
La respuesta, quizás, es seguir leyendo.
Recomendaciones de Instagram
Pregunté en Instagram qué otros libros tristes recomendarían y recibí muchas menciones (aunque bastante cargadas a Anagrama); en mi perfil dejé como historias destacadas las respuestas.
Los ríos profundos, José María Arguedas
Un monstruo viene a verme, Patrick Ness
El mapa y el territorio, Michel Houellebecq
“Todo lo de Ishiguro”
La bailarina de Auschwitz, Edith Eger
La milla verde, Stephen King
El invencible verano de Liliana, Cristina Rivera Garza
Nada se opone a la noche, Delphine de Vigan
El amigo, Sigrid Nunez
Los llanos, Federico Falco
Expiación, Ian McEwan
La comunidad está leyendo
“Ahora mismo por las mañanas estoy leyendo Naturalistic planting design. The essential garden y por las noches The Surprising Life of Constance Spry. El primero es un libro más de consulta, un manual; aunque lo leo de arriba a abajo. Del segundo, más de lectura, me encanta ver las vueltas que le da la vida a esta mujer y cómo las flores son elementos de socialización, creatividad, incluso rebeldía y cómo ofrecen nuevas maneras de ver el mundo”.
—Judit Bustos
Eso es todo, cierre de transmisiones.
Me voy a leer.
Pato
"Lo que no tiene nombre" de Piedad Bonnett, cada tanto lo vuelvo a leer cuando necesito sentir algo