Hola 👋
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Compré una luz para leer. No es una lámpara de velador o de biblioteca. Es una lámpara en miniatura que se agarra al libro con un gancho. Es pequeña, es ajustable. Un artefacto mágico para bibliófilos nocturnos. Es una maravilla.
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Desde que nació Leo las noches dejaron de ser oscuras. Mi lámpara de velador siempre está encendida, pero con una luz tenue. Hice un cucurucho de papel para amortiguar su intensidad. Suficiente luz para vencer la oscuridad, pero deficiente para leer sin forzar la vista hasta su límite. Por eso compré la lámpara miniatura.
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Cuando tuve cursos de literatura medieval y moderna siempre me pregunté por las condiciones materiales de la escritura y lectura de esa época. ¿Se escribía y leía solamente de día? ¿Cómo lidiaban con el frío, el calor, el ruido? ¿Y los olores intensos, ah? ¿Qué tan deteriorada estaba la vista de quienes intentaban escribir y leer de noche, amparados por una iluminación deficiente y exigua? ¿Cuántas velas usaba cada noche Montaigne para escribir sus ensayos en la soledad de su castillo en Périgord?
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Me puse a investigar un poco y parece que Montaigne no usaba velas, sino que una lámpara de aceite. Pero no puedo confirmar —aún— ese dato. Internet está lleno de mentiras: pídele una frase célebre sobre velas y escritura y te arrojará decenas de inventos incomprobables.
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Leo que en la Inglaterra de principios del siglo XIX las velas de sebo, las más económicas, se hacían con grasa de carnero. Algunas incluso podían tener restos de carne. Eran baratas y al encenderlas expedían un hedor desagradable. Pero también existían las velas de cera pura, más caras, limpias y elegantes. La familia de Jane Austen compraba estas velas en una tienda llamada Penlington’s.
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Escribe Jane Austen a su hermana Cassandra, en 1813: “Ahora estamos las cuatro señoritas sentadas alrededor de la mesa circular en la habitación interior, escribiendo nuestras cartas, mientras los dos hermanos están teniendo una cómoda conversación en la habitación contigua. Es una noche tranquila, para satisfacción de cuatro de los seis. Mis ojos están bastante cansados por el polvo y las lámparas”.
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En una de sus columnas en L’Espresso, publicada en 2009, Umberto Eco argumenta sobre la fragilidad del soporte digital para los libros. Dice que un rayo en el jardín “bastaría para desmagnetizar” un disco duro, arruinándolo. Y que si eso sucediera, no podría leer Don Quijote “en la cama, a la luz de una vela, en una hamaca, en un barco, en la bañera, en un columpio”.
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¿Cuántas velas necesitaría cada noche para leer cómodamente Don Quijote, sin hipotecar el futuro de mis ojos? ¿Cinco, diez, cincuenta? Si fuera TikToker documentaría una experiencia así. De seguro se vuelve viral.
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El año 2014 la archivista Stacey Harmer estaba escarbando entre pilas de documentos en un armario de Brentwood school, en Essex. Ahí descubrió un poema perdido de Douglas Adams, autor de la Guía del autoestopista galáctico. El título es ad hoc: "Una disertación sobre la tarea de escribir un poema en una vela y un relato de algunas de las dificultades que corresponden”.
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Así escribió Adams sobre una vela, en 1970, cuando tenía 17 años:
“Por las noches me senté reflexionando Y reflexionando... y reflexionando Mientras quema el aceite de medianoche; Mis arañazos parecían inútiles Mi musa parecía bastante muda, mientras que Mi trabajo resultó ser un trabajo estéril
Me desconcerté y pensé y luché y luché 'Hasta que mi aceite de medianoche se agotó, Así que promoví mi escritura con la tenue iluminación de velas, Y encontré, para mi alegría, esto, por supuesto, El truco”.
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En la primera escena del quinto acto de El mercader de Venecia, Portia exclama: “How far that little candle throws its beam, so shines a good deed in a naughty world”. Una buena frase para terminar este envío: ”Qué lejos esa pequeña vela lanza su rayo, así brilla una buena acción en un mundo cruel”.
Cierre de temporada…
Cada mes escribo 10 boletines, entre los de mi trabajo, Sala de herramientas e Hipergrafía. Es una carga intensa y desafiante, que disfruto —amo los boletines— pero que también puede ser perjudicial para mi paz y tranquilidad mental.
Esta es la última edición de Hipergrafía que enviaré este año. El boletín entrará en una pausa y, quizás, vuelva el 2024. No lo sé aún. Tomemos esto como un cierre de temporada, con puntos suspensivos.
Te agradezco por estar al otro lado y abrir mis correos. Espero que en estos casi cuatro años Hipergrafía te haya servido para descubrir un libro, para reconectarte con un autor o simplemente para disfrutar de mis desvaríos.
Porque eso es este boletín: lo que me pasa mientras leo.
Eso es todo, cierre de temporada.
Te deseo buenas lecturas.
Pato
Gracias por compartir tus interesantes experiencias de lectura.
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