Hola, hipergrafista 👋
Esta semana estoy leyendo Panza de burro de Andrea Abreu.
La editorial Kindberg finalmente publica en Chile esta novela que ha sido ampliamente difundida y comentada en otros países: traducción a 11 idiomas y más de cuarenta mil ejemplares vendidos.
“Panza de burro narra la amistad de dos niñas en un pequeño pueblo de las Islas Canarias, en España, a esa edad fronteriza y mágica entre el ocaso de las muñecas y el despertar sexual”, se lee en la contratapa.
Mi lectura está en curso pero te puedo adelantar algo: la escritura de Andrea es cautivadora y desafiante.
Sin haber estado nunca en Islas Canarias puedo escuchar a sus mujeres —niñas y adultas— hablar con naturalidad, sin ademanes de compostura.
Y entender y conectar con lo que dicen.
Siento, hasta ahora, una extraña familiaridad. A ratos pienso en mi abuela Nena y en algunas de esas palabras que tenían una pronunciación tan personal y propia (“endenante”, “el frigider”).
Te quiero dejar un adelanto de Panza de burro. Son los tres primeros párrafos del libro; parece poco, pero es un trago suficiente para que te preguntes si quieres seguir leyendo —escuchando— esa musicalidad oral.
Agradezco a editorial Kindberg por facilitarme un ejemplar del libro y permitir publicar este fragmento en Hipergrafía.
Acá está.
tan echadita palante, tan sin miedo
Como un gato. Isora vomitaba como un gato. Jucujucujucu y el vómito se precipitaba dentro de la taza del váter para ser absorbido por la inmensidad del subsuelo de la isla. Lo hacía dos, tres, cuatro veces por semana. Me decía me duele un montón aquí, y se señalaba el centro del tronco, justo en el estómago, con su dedo gordo y moreno, con su uña chasquillada como por una cabra, y vomitaba como quien se lava los dientes. Jalaba del agua, bajaba la tapa y con la manga del suéter, un suéter casi siempre blanco con un estampado de sandías con pepitas negras, se secaba los labios y continuaba. Ella siempre continuaba.
Antes nunca lo hacía delante de mí. Recuerdo el día en que la vi vomitar por primera vez. Era la fiesta de fin de curso y había mucha comida. Por la mañana, la colocamos encima de las mesas de la clase, todas unidas, con papelito de fiestita de cumpleaños por encima. Había munchitos, risketos, gusanitos, conguitos, cubanitos, sangüi, rosquetitos de limón, suspiritos, fanta, clipper, sevená, juguito piña, juguito manzana. Jugamos a los borrachos dentro de la clase e íbamos dando tumbos agarradas Isora y yo de los hombros, como dos maridos que le habían puesto los cuernos a las mujeres y ahora se arrepentían.
Se terminó la fiesta y llegamos al comedor y todavía había más comida. Las cocineras nos hicieron papas con costillas, piñas y mojo, la comida preferida de Isora. Y cuando pasamos con nuestra bandejita de metal, con nuestro panito, nuestro vasito de agua empozada (que sospechábamos que era del grifo, a pesar de que en la isla no se podía beber) y nuestros cubiertos y nuestros yogures Celgán, las maestras del comedor nos preguntaron que si mojo rojo o mojo verde e Isora respondió que mojo rojo, y yo pensé que qué echadita palante, mojo rojo, y no tiene miedo de que sea picón, no tiene miedo de comer cosas de gente grande, y que yo quiero ser como ella, tan echadita palante, tan sin miedo.
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Eso es todo, cierre de transmisiones.
Me voy a leer.
Pato
Lo leí en Kindle durante el verano pasado. Es muy auténtico y original.
Será que lo encuentro en Colombia?