Hola, hipergrafista 👋
Hace algunas semanas editorial Montacerdos me envió un libro: Preferiría que me imaginaran sin cabeza, el debut literario de María José Bilbao (Santiago, 1985).
Se trata de un conjunto de diez relatos que en su mayoría son narrados en primera persona. Leemos, en estas páginas, a una guardia que trabaja en el Metro y enfrenta a acosadores; una trabajadora de pescadería que divaga entre su autopercepción y la vida de los pescados; una youtuber gigante que busca venganza; una activista de la baja estatura, protagonista del cuento más delirante del libro.
Un elemento transversal en estas historias es la descripción del cuerpo como un lastre, un estorbo, un envase que se deteriora y puede devenir en monstruoso y decadente.
En el relato que da el título al libro se lee: “de niña pensaba que por tener una mano que se pone tiesa era una persona violenta y grotesca” (p. 21).
Y en “Noche en el Monte Calvo”: “sentía que me agitaba, que tenía frío, que estaba temblando, qué las uñas me vibraban tanto que se me podían salir de la piel” (p. 52).
Es en “Gaseosa” donde estas reflexiones ganan densidad. Una mujer decide gasificarse, abandonar su envoltorio y vivir en otro estado de la materia: “nunca se sintió cómoda con su cuerpo. Tampoco entre sus pares. Siempre se percibió rígida, una espina erguida en el pelaje suave de un limpiapiés” (p. 88).
Junto al libro venía una carta impresa del editor de Montacerdos, Juan Manuel Silva, en la que resume, en pocas líneas, lo que le llamó la atención al trabajar con estos relatos. Ahí destaca “la libertad que habitan les narradores para ir saltando de una imagen a otra” y trae a colación una imagen de Enrique Lihn: la “zona muda”, aquel “espacio que se rodea con palabras, pero al que no se accede”. Aprecio que un editor transfiera sus puntos de vista sobre el libro que uno tiene entre manos. Bonito detalle.
La escritura de María José Bilbao también ofrece dosis recurrentes de humor, muy negro, inmune a la piedad o la lástima. Una autora dispuesta a moverse en zonas oscuras y, en algunos casos, coprolálicas. La guardia de Metro nos cuenta:
“me volvió a pasar lo de la caca fantasma. Desde la primera vez que me pasó que tengo miedo de ir al baño. Tiemblo cada vez que siento ganas. Dudo de que pueda haber algo peor que ir al baño, sentir que se expulsan con dificultad normal unos dos kilos de caca y luego, al mirar al fondo de la taza, comprobar, con estupor, con las mandíbulas apretadas, que no hay nada. Nada. Ningún rastro de caca. El agua reposada y prístina; la loza brillante, intacta. Es para sacudirse de espanto, para chocar de espaldas contra la puerta, taparse la boca y gritar por dentro: ¿dónde está mi caca?”
Disfruté esas divagaciones, ineludibles y rutinarias, que sacan pequeñas sonrisas o carcajadas cerradas —¡ja!— y hacen que la otra persona que está a tu lado pregunte con curiosidad: ¿de qué te ríes?
No es fácil de explicar. Tendrías que leerlo.
Leyendo, por leer
Estoy degustando de a poco Camino cerrado de Paula Ilabaca (LOM, 2022), una novela que entrecruza dos crímenes a través de los relatos de detectives que declaran en un sumario. Percibo un trabajo escritural que funde lo oral con el discurso técnico y procedimental de la policía de investigaciones.
En las noches suelo optar por libros con capítulos cortos, porque sé que me quedaré dormido rápido. Tu mundo y el mío, de John Green, es perfecto para ese fin. Son textos breves, escritos en 2020 durante las horas más oscuras de la pandemia. Green salta de la historia del osito de peluche al teclado QWERTY.
En el velador tengo otro título de LOM: Como de un país, de Marco Andrés Montenegro. Una novela breve sobre tres niños —¿o tres adultos que intentan reconstruir su infancia?— y su presente y pasado, entre Chile y Francia.
Ya te contaré más en las siguientes entregas de este boletín.
Colofón
Muchas gracias por leer hasta acá. Cerremos con una cita de Piña, de Gonzalo Maier, un libro que mencioné en el Hipergrafía #41:
“Además, para los artistas del siglo XXI, seres incorpóreos e invisibles por excelencia, el cuerpo es sólo una extravagancia” (p. 49).
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Eso es todo, cierre de transmisiones.
Me voy a leer.
Pato