Hola, hipergrafista 👋
Una de mis últimas lecturas fue Mugre rosa (Literatura Random House, 2020), de la escritora uruguaya Fernanda Trías, un libro que me transportó nuevamente a esos oscuros momentos a inicios de la pandemia.
→ Lee un fragmento de este libro.
Ideada y escrita antes de la aparición del coronavirus, Mugre rosa es la historia de cómo una mujer vive los prolegómenos de una nueva enfermedad que se transmite a través del aire. Ese momento inicial está trenzado por la pérdida de lazos afectivos que experimenta la protagonista.
Hay tres cosas que me cautivaron de este libro.
Primero, la comunicación rota, malograda, entre sus personajes. En esta novela el lenguaje está cortado, se interrumpe, no permite tender puentes. Por ejemplo, la madre de la mujer —con quien tiene discusiones agotadoras— se presenta como una extranjera:
“Era como si habláramos idiomas distintos y ninguna de las dos estuviera dispuesta a aprender la lengua de la otra”.
Segundo, la sensación permanente de imprecisión. Parece que el escenario es Montevideo, pero podría ser cualquier otro puerto latinoamericano. Parece que la enfermedad es mortal, pero algunos —¿quiénes?— logran sobrevivir. Parece que el mundo ya fue devastado, pero cosas tan básicas como un taxi siguen operando.
Lo que me lleva al tercer punto, el que creo que define toda mi experiencia de lectura: Mugre rosa es una novela sobre lo que sucede entre los inicios y términos. O entre los términos y los inicios. O entre sea lo que sea que pasa cuando algo comienza a nacer mientras lo otro termina de morir.
Dice la narradora:
“El comienzo nunca es el comienzo. Lo que confundimos con el comienzo es solo el momento en que entendemos que las cosas han cambiado”.
Y luego:
“El problema es que los comienzos y los finales se superponen, y entonces una cree que algo está terminando cuando en realidad es otra cosa la que empieza”.
Y más adelante:
“¿Es así como terminan las cosas? Un final es solo la constatación de que algo más ha empezado. Yo me resistía a ver ese nuevo principio, como me había resistido a todos los principios, desde siempre”.
Leer Mugre rosa hoy es pensar en nuestras experiencias vitales durante la pandemia. En aquellas locuras que hicimos para mantener la sanidad mental. En el agobio del encierro y la falta de información y comunicación. En el deterioro de nuestras relaciones, en el fortalecimiento de algunos vínculos, en el dolor de las pérdidas. En la muerte y el silencio.
Y en cómo ansiábamos un término que, quizás, nunca llegue.
La escritura de Fernanda Trías me llevó a pensar en todo esto. Me gustó, quiero más.
Leído, por leer
Leí Como de un país (LOM, 2022), de Marco Andrés Montenegro, una novela coral que intercala epístolas y testimonios de tres adultos que tuvieron una conexión en la infancia, pero que el tiempo ha desvanecido. Hay algo detectivesco en estas páginas, de reconstitución de escenas, y de los roles que los padres de estos personajes jugaron después del golpe de estado en Chile. Una de las frases que subrayé:
“Depender de que Dios te sueñe es arriesgado, pero el ser sueño de un sueño, eso sí que es una pesadilla” (p. 50).
Los libros que tengo en la mesita de velador (y que están muertos de envidia por toda la atención que le sigo dando a Humankind de Rutger Bregman) son:
Mambo, de Alejandra Moffat (Montacerdos, 2022).
Los límites y el mar, de Esteban Catalán (Montacerdos, 2022).
Rumi esencial, editado por Kabir Helminski (Koan, 2021).
Colofón
Cerremos con una cita de A lo lejos, de Hernán Díaz, libro que comenté en el Hipergrafía #46:
“Se había reconciliado con la idea de la muerte, pero no deseaba compartir esa experiencia tan singular y definitiva con aquellos brutos.”
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Eso es todo, cierre de transmisiones.
Me voy a leer.
Pato