Hola 👋
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¿Cuándo fue la última vez que leíste algo que te provocara un pellizco eléctrico en el espinazo? Esa sensación de que las palabras en la página son pequeñas perturbaciones que te hielan la columna, congelan tu sangre, te ponen la piel de gallina. Existen muchos términos: cutis anserina, horripilación, reflejo pilomotor; es todo un universo el de los escalofríos. Hace algunas semanas leí Carcoma, de Layla Martínez. Y temblé.
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En mi biblioteca mental, sección literatura escalofriante, hay un lugar especial para ese libro al que vuelvo una y otra vez: La carretera, del viejo y querido Cormac McCarthy. Hay un episodio que congela los huesos: el padre abre la puerta para ingresar a un subterráneo. El hijo no quiere bajar, tampoco quedarse arriba. En el fondo, la oscuridad. Y, también, el horror: seres humanos, o lo que queda de ellos, esclavizados, mutilados, como carne descompuesta —pero aún comestible— en un rústico frigorífico.
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“Acurrucados junto a la pared del fondo había hombres y mujeres desnudos, todos tratando de ocultarse, protegiéndose el rostro con las manos. En el colchón yacía un hombre al que le faltaban las dos piernas hasta la cadera, los muñones quemados y ennegrecidos. El olor era insoportable. Cielo santo, susurró. Entonces uno a uno volvieron la cabeza y parpadearon a la miserable luz. Ayúdenos, dijeron en voz baja. Por favor ayúdenos”.
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En medio de mi interminable pila de libros sin terminar hay un mamotreto que mi hermano Pablo me regaló hace años para mi cumpleaños: La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski. Una novela críptica, alambicada. Y un episodio escalofriante: la familia ha descubierto una anomalía en la arquitectura de su casa, la que lleva a un subterráneo interminable. Al leer ese descenso hacia lo desconocido, sentí que la novela me arrastraba a una profundidad perturbadora que me hizo detener la lectura.
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“Jed intenta describir la escalinata:
—Era gigantesca. Tiramos varias bengalas por ella, pero en ningún momento oímos que tocaran el fondo. O sea, en ese sitio, con lo vacío y frío que es y lo inmóvil que está todo, se oye caer hasta un alfiler, pero la oscuridad se ha tragado las bengalas por completo.
Wax asiente con la cabeza y luego añade, negando:
—Es tan profundo que casi parece un sueño”.
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Identifico un patrón para mis escalofríos literarios: las casas y sus pasillos y sus puertas y sus laberintos y sus vericuetos y sus espacios. Carcoma opera en los mismos términos; la arquitectura del hogar y sus muros sólidos o temporales, resguardan un secreto terrible, horrible. Ahí las paredes no hablan: lloran, sufren, agonizan. Ahí, en medio de ladrillos y cal, yace un horror que no puede silenciarse.
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“Eso es la familia, un sitio donde te dan techo y comida a cambio de estar atrapada con un puñaíco de vivos y otro de muertos. Todas las familias tienen a sus muertos debajo de las camas, es solo que nosotras vemos a los nuestros, eso decía mi madre”.
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Pienso en el horror en la ficción. Y luego pienso en el horror en la realidad. Invoco a la historiadora del alma, Svetlana Aleksiévich, probablemente una de las escritoras que más sufrimiento ha escuchado y escrito en su vida. Es cosa de tomar Voces de Chernóbil y repasar el testimonio de Liudmila Ignatenko, la esposa de Vasili Ignatenko, uno de los bomberos que falleció por radiación luego del accidente nuclear.
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“Tenía el cuerpo entero deshecho. Todo él era una llaga sanguinolenta. En el hospital, los últimos dos días… le levantaba la mano y el hueso se le movía, le bailaba, se le había separado la carne… le salían por la boca pedacitos de pulmón, de hígado. Se ahogaba con sus propias vísceras. Me envolvía la mano con una gasa y la introducía en su boca para sacarle todo aquello de dentro. ¡Es imposible contar esto! ¡Es imposible escribirlo! ¡Ni siquiera soportarlo!”
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Para mí, Aleksiévich es una de las grandes cronistas del terror en nuestro tiempo. Si esas palabras espeluznantes no provocan escalofríos, no sé qué más puede lograrlo.
Se abre la temporada 2024
Saqué Hipergrafía del congelador. Es abril, mes del libro, y no podía mantener este silencio de casi cuatro meses. Seguí leyendo, y mucho, pero solo en las últimas semanas me di el tiempo de escribir, en libreta, a mano, sin las distracciones de la pantalla. Me entusiasma volver a hacer envíos, pero esta vez sin amarres ni fechas comprometidas. No prometo nada, quizás vuelva en julio o septiembre. O antes. Pero seguiré llegando a tu bandeja de entrada.
Si te gustó esta entrega de Hipergrafía, comenta, comparte, responde este correo, cuéntame cuáles son tus libros escalofriantes. Sigamos conversando.
Eso es todo, cierre de transmisiones.
Me voy a leer.
Pato
Te hizo muy bien la pausa. ¡Sólo los extractos me dieron susto!
Gracias por volver