Hola 👋
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Entré a un club de lectura semanal acá en Temuco. Es sobre literatura y viajes. Sobre la estela que deja el movimiento. Empezamos leyendo Benito Cereno, la novela de Herman Melville que tradujo Rodrigo Olavarría y que, curiosamente, es un no-viaje —esclavos que son transportados— pero que transcurre en un vehículo viajero ineludible en la literatura: el barco. Desde que empezó el club, tres semanas atrás, no he dejado de pensar en libros sobre viajes, recorridos, traslados, desplazamientos, paseos, éxodos, aventuras, ascensos y todas las formas de movimiento que existen. Estos son algunos de los que más me han marcado.
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En mi anaquel mental, sección viajes, hay un lugar preferencial y colmado de cariño para El empampado Riquelme, de Francisco Mouat. Un hombre, Julio Riquelme, que en 1956 toma un tren hacia el norte de Chile y nunca llega a destino. Cuatro décadas después, alguien encuentra sus restos y sus pertenencias en el desierto. Riquelme se bajó del tren y se empampó, se perdió, no volvió. Nadie sabe por qué. Este libro es un viaje sin retorno (¿o sí?), repleto de preguntas que Mouat intenta dilucidar con rigor periodístico y con un ejercicio de introspección familiar.
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Los territorios desoladores o extremos son un espacio fértil para las buenas historias de viajes. En mi balance provisorio del 2025 (edición #89) hablé de Endurance, la novela gráfica de Luis Bustos. Me autocito: “Narra la hazaña de sobrevivencia de Ernest Shackleton y toda su expedición durante casi dos años —¡dos años!— en el frío inclemente de la Antártica. Bustos cuenta la historia con agilidad y utiliza blanco y negro para representar el frío y el agotamiento, el viento y el terror, las olas y el hielo. Me recordó a la hazaña de los uruguayos en los Andes, en 1972. En ambas experiencias los cuerpos son sometidos al extremo y las cabezas son desafiadas hasta su límite. Me lo devoré en dos o tres días y el frío siguió en mi cabeza”.
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Y a propósito del frío, hay un libro que me hizo pensar de una manera distinta sobre el llamado “congelamiento” o frostbite, la exposición prolongada a temperaturas bajas. Mal de altura, de Jon Krakauer, es una crónica desconcertante sobre un ascenso al techo del mundo. Qué pedazo de libro. Krakauer, escritor y experimentado escalador, contó la tragedia del Everest de 1996 —que él mismo protagonizó— con un ritmo trepidante. La muerte de 12 personas durante un descenso de la cumbre en medio de una tormenta reinstaló una pregunta que aún sigue resonando al día de hoy: ¿por qué los turistas con dinero y escasa experiencia son llevados a la cima del Everest?
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Hace muchos años —¿10, 12 años?— entrevisté a Cynthia Rimsky junto a mis colegas de Ojo en Tinta, Pablo Espinosa y Nicolás Rojas. Fue en su casa en Santiago, en el barrio La Chimba. Hablamos sobre Poste restante, Los perplejos y Ramal, un libro que publicó en 2011 y que agotó rápidamente su primera edición. “La gente tiene una relación emocional con los trenes y los ramales”, nos contó a modo de explicación por ese éxito. También le preguntamos cuál creía que era la mejor manera de viajar. “Mi experiencia es no ver lo que hay que ver”, dijo.
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¿Qué libros sobre literatura y viajes tienen un lugar especial en tu biblioteca mental?
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En las últimas semanas reflotó mi inquietud por aprender chino ¿Debería hacerlo? ¿Vale la pena? ¿Podré? ¿A alguien le importa? Y cada vez que pienso en ese desafío recuerdo un libro que comenté en noviembre de 2022 (edición #57): River Town, de Peter Hessler. En esta crónica, Hessler cuenta su curiosa experiencia como profesor de inglés en una pequeña ciudad en el interior de China, a principios de la década del 90. Era el primer estadounidense que sus habitantes veían en medio siglo. Y su gran desafío fue aprender el idioma de sus anfitriones, una tarea infructuosa, que en sus brotes iniciales asoma como un esfuerzo infecundo, pero luego germina casi como un acto mágico. Hessler logra contarnos por qué un idioma engloba más que palabras y sonidos y entonaciones y sintaxis y significados.
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Otro “a propósito de”. En 1964, Mercedes Valdivieso publicó Los ojos de bambú, una novela que transcurre en la China de Mao. Clara, la protagonista, es parte de los grupos de artistas e intelectuales que fueron invitados por el país asiático para conocer sus avances. Un ejercicio de soft diplomacy con el que Clara termina chocando. En su momento escribí: “Clara quiere conocer el pasado milenario de China, no solamente su presente revolucionario. Quiere perderse en sus callejuelas caóticas, no someterse a la rigidez de la oficialidad. Quiere hacerse preguntas incómodas, no conformarse con el silencio”. Gracias a Ediciones Universidad Alberto Hurtado por rescatar este libro en su colección Biblioteca recobrada.
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Podría seguir con muchos otros ejemplos en los que convergen el viaje, la literatura y el territorio. El Diario íntimo de Luis Oyarzún, un registro detallado de sus observaciones cotidianas, en una edición bellísima de Ediciones UV. El Diario de su residencia en Chile (1822), de Mary Graham, que en su primera página dice: “No puedo concebir espectáculo mas glorioso que la vista de los Andes”. La carretera de Cormac McCarthy —mi favorito—, que enmarca el mundo postapocalíptico en una ruta plagada de peligros y miedos. El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, que nos legó la frase que retumba como un eco monstruoso al cerrar el libro: “El horror, el horror”.
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Y como soy un obsesivo que registra lo que lee, me puse a escarbar en el archivo. Año 2001: Vuelo nocturno, de Antoine de Saint-Exupéry, un viaje aéreo que anticipa el aciago destino de su autor. Año 2002: Desde el jardín, de Jerzy Kozinsky, un viaje maravilloso, pero corto e intenso, desde los muros de una casa hacia el exterior. Año 2003: El Hobbit, de J. R. R. Tolkien, un viaje inesperado, con montañas y dragones. Año 2005: Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, un viaje a través del río Mississippi. Año 2007: Viaje a Hanoi, de Susan Sontag, un viaje a la guerra…
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Dejaré la revisión hasta acá, porque ya es tarde y debo seguir leyendo Benito Cereno. Como cierre pondré un dato inútil pero divertido, a propósito de El Hobbit. Lo cuenta Rodrigo Olavarría en esta entrevista al hablar sobre las traducciones con impulso “hiper porteño” que se hicieron en Argentina el siglo pasado. Dice: “está la traducción de El Hobbit, la primera en español de una obra de Tolkien, que salió por la editorial argentina Los libros del mirasol en los sesentas. Eso sí, se llamaba El hobito y es divertidísima. Tuvo una sola edición, fue un fracaso editorial pero hoy es de culto”.
Con ustedes, El hobito:
Eso es todo, cierre de transmisiones.
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Me voy a leer.
Pato
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El empampado Riquelme, de Francisco Mouat (sin stock).
Endurance, de Luis Bustos.
Mal de altura, de Jon Krakauer.
River Town, de Peter Hessler.
Diario íntimo de Luis Oyarzún (sin stock).
El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad.
Vuelo nocturno, de Antoine de Saint-Exupéry.
Desde el jardín, de Jerzy Kozinsky.
Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain.
Los ojos de bambú, de Mercedes Valdivieso.
Hola Pato. La literatura de viaje es uno de mis géneros favoritos, así que agradezco particularmente esta entrada. El empampado Riquelme es un gran libro, lo leí hace unos quince años (aunque lamentablemente no sé qué fue de mi ejemplar). Algunos de mis favoritos que te recomiendo:
1. Los caminos del mundo de Nicolás Bouvier.
2. Una mujer en la noche polar, de Christiane Ritter y
3. Cordero negro, halcón gris de Rebecca West.
¿Has leído Tierra de hombres de Exupery? Para mí es su obra maestra.
Saludos!
Hola, te leo regularmente, muchas gracias por tus entradas. Te escribo porque en Literatura y viajes extrañé a las mujeres. Ha sido un gran tema el ser mujer y viajera, pienso a la rápida: Cithya Rimsky, Hebe Uhart, Mistral y sus crónicas o en El poema de Chile, Rebecca Solnit, los viajes de Ida Pfeiffer, Inés Echeverría (Iris) y sus viajes a Palestina publicados por Zig- Zag a principios del siglo XX, María Graham. Ojalá sumen. Saludos!