Hola 👋
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Mi segundo clásico del 2025 fue un regalo de Feliza y llegó para mi cumpleaños, a fines de abril: El hombre invisible, de H. G. Wells, publicado en 1897. A diferencia de mi experiencia con Cumbres borrascosas (edición #88), esta vez tuve en mis manos una edición de Alma bellamente ilustrada por Pep Montserrat. Acá no hay prólogo ni estudio introductorio ni notas del traductor ni reseña del autor. Solo el texto y las imágenes. Y, del otro lado, estaba yo y mis vagas referencias sobre la obra y el recuerdo de una película malísima protagonizada por Kevin Bacon.
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Antes de escribir esta edición de Hipergrafía me puse a leer sobre Wells y su frenesí escritural de fines del siglo XIX. En 1884 estudió biología en el Royal College of Science de Londres con un reconocido darwinista: T. H. Huxley. En esa época universitaria también se inició en el socialismo y en su cabeza empezó a germinar la idea de progreso. Una década después produciría, como una eficiente usina literaria, sus obras más reconocidas. En 1895 publicó La máquina del tiempo, en 1986 fue el turno de La isla del doctor Moreau. Al año siguiente, El hombre invisible. Y en 1898, el año de la guerra hispano-estadounidense, su equivalente intergaláctico: La guerra de los mundos.
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En una carta fechada el 4 de diciembre de 1898, Joseph Conrad, autor de El corazón de las tinieblas, le escribe a Wells después de leer El hombre invisible. Además de alabarlo, le pone un apelativo: “el realista de lo fantástico”. Era un reconocimiento a la habilidad de Wells para dotar de verosimilitud a su premisa fantástica de algo que no se puede ver. Nota aparte: esta amistad inicial luego tuvo un quiebre inapelable, con posturas antagónicas sobre la Primera Guerra Mundial y el rol del escritor y la literatura (según Lynda Dryden, que escribió un libro sobre esta amistad, Wells sería un propagandista utópico mientras que Conrad encarnaría al incipiente modernista).
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Hay algunos tópicos que me dejó mi lectura (frenética, debo decirlo). Tienen que ver con este realismo de lo fantástico, reflejado en los detalles, las texturas, las descripciones. Y otras dos claves que apuntan a los límites de la ciencia y la administración del poder. A primera vista, problemas de la Inglaterra victoriana finisecular, pero que se han extendido en el tiempo como un elástico tan flexible como duradero.
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La palabra invisible no es relevante al comienzo del relato. El protagonista es descrito inicialmente como un foráneo sin nombre: “El desconocido llegó un día invernal de principios de febrero”, se lee en la primera línea. Después, este desconocido adopta la forma —o, mejor dicho, la vibración— del sonido producido por las cuerdas vocales. “La voz gemía y reía, sollozaba y gruñía”; “La voz soltó unas cuantas palabras escogidas y se calló”. A diferencia de sus obras previas, escritas en primera persona, acá Wells optó por una narración en tercera persona cargada de verosimilitud. Esta novela es un ejercicio tenaz del autor por describir lo incorpóreo, lo oculto, lo imperceptible: mangas vacías, objetos que vuelan, crujidos de pisadas imperceptibles.
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El hombre invisible es ciencia oscura en su más lúgubre expresión. Griffin, el científico protagonista, vive en carne propia las desventuras de su hallazgo. Y esa experiencia es absolutamente solitaria y egoísta. Su invención —la invisibilidad— no nace de la colaboración con otros científicos ni del contraste de resultados ni por un afán de alcanzar la verdad. Wells nos parece decir: cuando la ciencia se mueve por la ambición y la gloria individual, sus consecuencias son nefastas.
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A propósito de científicos desviados, un libro que compila casos espeluznantes es Ciencia oscura de Gabriel León. Una serie de historias sobre malas prácticas, negligencias, egoísmo, charlatanería, maldad, abuso y obsesión en el campo científico. Recuerdo que una de las frases más impactantes es la de Albert Kligman, un dermatólogo que experimentó macabramente con reclusos de la prisión de Holmesburg en Filadelfia: “Las reglas no aplican a los genios”. Una frase que Griffin jamás pronunció, pero que bien podría haber cruzado su mente.
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Wells acierta al hablar del Terror con mayúscula. El desquiciamiento del hombre invisible anticipa o vislumbra un régimen perturbador, de control y destrucción, de poder y de abuso. Al no ser visto, Griffin entiende que es distinto del resto de los mortales; anda desnudo, debe afincarse en los bosques, incluso su respiración lo delata. Se siente escindido del resto de la humanidad. En un punto, le confiesa esta separación trágica a otro personaje y anuncia sus planes totalitarios; su interlocutor le replica: “¿Por qué sueña con jugar contra la raza humana?”.
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Después de leer El hombre invisible me sumergí en un pantano de interpretaciones. Y vaya que hay lecturas divergentes. Bueno, son casi 130 años desde su publicación. Algunas ideas que recolecté: es una novela que muestra los dilemas éticos de la ciencia sin control; Griffin es un genio que fabrica su propia monstruosidad, en la tradición de Frankenstein y Dr. Jekyll; el tópico de la invisibilidad “siempre ha tenido algo de alucinación misógina”; y el hecho de no ser visto puede equipararse a la marginación o invisibilización de ciertos grupos sociales (acá el guiño es a la novela Invisible Man, de Ralph Ellison, publicada en 1952 y que aborda la experiencia de un hombre negro en una sociedad racista).
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El hombre invisible nació como un cuento de 25 mil palabras. Esa primera versión, que se centró en la estadía de Griffin en la posada en el pueblo de Iping, dejó insatisfecho a Wells, por lo que decidió ampliar el texto. Añadió el encuentro con el Dr. Kemp y la historia pasada del protagonista y sus experimentos con animales. El resultado final fue publicado entre el 12 de junio y el 7 de agosto de 1897 en la revista Pearson’s Weekly. Un capítulo a la semana. Lo confieso: me encantaría experimentar, hoy en 2025, la fascinación de leer una novela por entregas de este calibre. Sería una lectura a fuego lento, sin urgencia, dejando reposar nuestro avance y nuestras ideas.
Eso es todo, cierre de transmisiones.
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Me voy a leer.
Pato
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El hombre invisible, de H. G. Wells (Alma Clásicos).
El hombre invisible, de H. G. Wells (Penguin Clásicos, en español).
The Invisible Man, de H. G. Wells (Penguin Classics, en inglés).
Ciencia oscura, de Gabriel León (sin stock).
Invisible Man, de Ralph Ellison.
El hombre invisible, de Ralph Ellison.