#4 Gabriel León: "Las historias son un gran vehículo para traficar ciencia"
Una entrevista sobre la transición de una escritura académica a una escritura de contrabando de ciencia.
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En esta tercera entrega de Hipergrafía quise adentrarme en el mundo de la divulgación científica y entrevisté a Gabriel León, un doctor en biología molecular que en los últimos años dio un giro en su carrera y decidió abandonar la academia para dedicarse a contar historias que nos acerquen a los hallazgos de la ciencia. Gabriel ha trabajado en radio y televisión, ha publicado los libros La ciencia pop 1 y 2, y tiene una serie enfocada en un público infantil que lleva dos entregas: ¿Qué son los mocos? y ¿Por qué los perros mueven la cola? Además, este 2020 lanzó su podcast de ciencia llamado, también, La ciencia pop.
Hago una aclaración. Conozco a Gabriel hace un par de años. Es esposo de mi prima. Tenemos, por tanto, cierto parentesco. Pero nunca habíamos entablado una conversación sobre la intimidad de lo que hace: investigar para comunicar lo complejo de forma entendible. Hoy, en medio de una pandemia inédita en nuestras existencias, me parece necesario y oportuno conversar con él.
Aprovecho de agradecer a Luis Apiolaza, que aportó varias preguntas para esta entrevista. Acá puedes leer la versión condensada y editada de la conversación con Gabriel.
—Gabriel León, muchas gracias por participar en esta edición de Hipergrafía. Quienes te seguimos en Twitter e Instagram podemos hacernos una idea de cómo has estado viviendo esta cuarentena. ¿Cómo sientes que llegó esta crisis en tu desarrollo como divulgador de ciencia?
La crisis sanitaria me pilló en un momento bien especial también porque yo había renunciado a mi trabajo como académico el año 2017 y a partir de ese momento había estado trabajando de manera independiente en comunicación científica. Trabajaba en radio Zero, en radio TXS, estaba trabajando también en algunos proyectos literarios. Y en enero de este año [2020] la radio Zero terminó sus transmisiones, algo que nos pilló bastante de sorpresa. En ese momento yo decidí comenzar un podcast que se llama "La ciencia pop", como el primer libro que publiqué. Y para eso evidentemente armé un pequeño estudio en la casa, compré un buen micrófono, y resulta que fue fundamental a partir de marzo porque todo mi trabajo en radio TXS, toda la difusión científica que hacía en diferentes medios se transformó todo en trabajo a distancia. Y en ese sentido tener un estudio pequeñito instalado en la casa resultó fundamental para mantener un buen nivel de comunicación con quienes quisieran conversar de estos temas.
—En una entrevista con América Economía mencionaste algunas influencias que tuviste en tu infancia y adolescencia, como el trabajo de divulgación del periodista Hernán Olguín o las cosas que tu padre, que era técnico eléctrico, desarmaba y tú no podías volver a ensamblar. ¿Hay algún libro —no necesariamente científico— que te haya impactado en esa etapa?
Es interesante de aquella época tratar de acordarme qué cosas leía, porque la lectura era principalmente la lectura del colegio. Recuerdo dos libros que por razones distintas me impresionaron. Recuerdo haber leído por esa época El Cid Campeador y era un libro indescifrable, escrito en un castellano antiguo y me pareció algo tan complejo de abordar. Además, era chico entonces, me hacía poco sentido leer algo de esa naturaleza. Pero también me acuerdo haber leído por esa época Crónicas marcianas y me acuerdo haber leído con una gran atención una de las historias, que se llamaba "El picnic de un millón de años". Nunca supe muy bien qué fue lo que me llamó tanto la atención de esa historia en particular, pero creo que con el tiempo descubrí que tenía que ver con que el contexto fantástico de la vida en Marte y la colonización del planeta rojo eran casi secundarios al lado de las otras cosas que le pasaban a los protagonistas de la historia. Seguían siendo historias muy humanas, en el fondo. Algo similar me pasó después ya de grande con Asimov; en sus historias estaba siempre este componente de ciencia ficción, cierto, y de súper computadores y del futuro y los viajes espaciales, pero al final siempre se trata de humanos y de lo que nos pasa. Eso me parece bien interesante.
¿Te gusta lo que has leído? También puedes escuchar la entrevista, completita. 👇
—¿Hubo en esa época algún indicio o inclinación tuya en torno a la escritura o fue algo que se manifestó después, ya en la universidad, con la escritura más académica?
Fíjate que ahora de grande he descubierto que cuando era chico pasaba parte del tiempo escribiendo en mi cabeza. Con la universidad lo que hice fue abandonarlo. Todo mi tiempo estaba destinado a escribir papers, informes, ensayos y trabajos. El año 2011 yo ya era académico, había pasado por el doctorado, el posdoctorado, estaba terminando mi primer proyecto Fondecyt como investigador responsable, tenía un laboratorio con estudiantes de doctorado. Estaba metido en esa vorágine. En marzo de 2011 me corté el tendón de Aquiles jugando fútbol y me dieron licencia por varios meses. Y eso fue como un retiro espiritual. Por primera vez en muchos años tuve tiempo. Lo primero que hice fue ponerme a escribir un blog que se llamaba "El efecto Rayleigh". Inicialmente iba a ser una novela policial. Después de unos días de intento dije: "No, en realidad esto es una tontera. Pero ya que sé mucho de ciencia y me gusta escribir, ¿por qué no escribo sobre eso?" Y ahí nació el blog que nunca tuvo como intención enseñar ciencia sino que más bien compartir historias de ciencia. Fue un blog fantástico, lo pasé muy bien, llegó a tener cien mil lectores al año. Fue fundamental para publicar libros después, porque los libros son algo que yo no busqué, los libros son algo que me encontraron. Gonzalo Eltesch, novelista chileno, editor en Penguin Random House, leyó un día el blog y me mandó un mensaje y me dijo: "Oye, yo creo que esto sería un gran libro". Así fue como llegué a publicar un libro. Ese evento —haberme cortado el tendón de Aquiles— es, probablemente, una de las cosas más importantes que me ha pasado en la vida.
—Al buscar tu nombre en Google Scholar apareces en más de 15 artículos publicados entre 2001 y 2018. ¿Cómo enfrentabas esa producción de un tipo específico de escritura que, intuyo, tiende a ser colectiva en tu campo de estudio, y cómo fueron evolucionando tus sensaciones sobre ese tipo de publicaciones?
Inicialmente mi aproximación fue bien entusiasta. Me ilusionaba mucho el hecho de participar no solo haciendo los experimentos sino que además participando en el proceso de escribir el paper. Fue un ejercicio que lo disfruté mucho, que fue bien complejo pero que de verdad me gustaba. Pero claro, tiene esto como que le falta sangre. Por que no es algo que uno escribe para el gran público, no es algo que uno escribe para que lo lea tu familia, tus amigos. Un artículo científico de mi área, biología molecular de planta, lo deben leer, no sé, cincuenta personas —con suerte— en el mundo. Con el paso del tiempo, y sobretodo cuando asumo la dirección de mi propio laboratorio, se convierte más bien en una tarea de distribuir obligaciones. Y se convirtió más bien en la obligación: había que publicar un paper porque eso es lo que finalmente me va a permitir rendir el proyecto, postular a más fondos. Fui de un entusiasmo muy grande al inicio a una suerte de... no sé si molestia pero cada vez encontraba menos atractiva la tarea de escribir el paper. Creo que tiene que ver con mi desencanto con la carrera académica.
—Mencionaste que fue el editor y escritor Gonzalo Eltesch quien leyó tu blog, “El efecto Rayleigh”, y te contactó para pensar un proyecto editorial que finalmente sería tu primer libro, La ciencia pop. ¿Qué fue lo más desafiante de ese proceso?
Llevaba cinco, seis años escribiendo el blog, me sentía muy seguro escribiendo y había afinado una suerte de intuición narrativa, tanto para elegir historias que fueran atractivas como para contarlas de manera entretenida. A partir de la invitación de escribir un libro, lo asumí con una suerte de inocencia. Fue así todo el proceso hasta que un amigo me pregunta por esto del libro y yo le comento que estoy súper contento. Y él me dice: "¿No te da miedo?" Y yo: "¿A qué te refieres con miedo?". Y me dice: "Lo que pasa es que igual la escritura es un acto súper íntimo y yo sé que escribes un blog hace tiempo y eso igual es exponerse, pero en el caso de un libro que va a otro público que a lo mejor no te conoce y llega por otro lado, ¿no te pasa eso que te dé susto? Porque al final igual es un poco de tu alma, tu estái mostrando algo que a ti te gusta mucho. ¿Y si no les gusta?" Y ahí me dio miedo. Recién le tomé el peso. Me produjo un poco de ansiedad hacia el final del proceso, pero en general lo viví con harta inocencia, básicamente porque desconocía hasta esa altura el mundo editorial, me era completamente ajeno, no tenía idea cómo funcionaba y lo asumí con la inocencia propia del que no sabe. A veces no saber genera bastante tranquilidad.
—Hablemos sobre los temas que trabajas en tu divulgación y para eso tenemos un invitado desde Nueva Zelanda: Luis Apiolaza es investigador de genética forestal y profesor en la University of Canterbury en Christchurch. Esta es su primera pregunta: "¿Cómo manejas la tensión entre temas 'vendedores' y temas que pueden ser menos sexi pero más importantes?".
En el caso de los temas el tratamiento ha sido siempre el mismo, pero la lógica que había detrás ha ido cambiando. Es muy divertido porque inicialmente pasaba algo, me daban algún dato, me decían "qué interesante esta historia". Y con el tiempo me fui dando cuenta que muchas historias tenían lo mismo pero había que escarbar un poquitito. Y eso tiene que ver con esta idea de que la ciencia es una actividad humana y a los humanos nos pasan cosas que son muy divertidas. Entonces, al final me di cuenta que detrás de cada historia interesante que uno pudiera encontrar cumplía con estas dos premisas: ser atractiva para el gran público, además de cubrir un tema científico relevante. Creo que en ese sentido en mi carrera como comunicador científico el mayor progreso ha estado justamente ahí, en darse cuenta de que basta a veces con escarbar un poco y una historia que era interesante, pero tal vez un poco aburrida, se convierte en una historia interesante y además muy entretenida. Y a esta altura ese mecanismo es casi inevitable. Yo diría que al final esa es mi gran firma, si tú quieres, poder convertir una historia interesante en, además, una historia entretenida, porque los elementos que la hacían entretenida estaban ahí, esperando que a lo mejor alguien los fuera a buscar.
—Y su segunda pregunta: "¿Hay temas tabú en comunicación de ciencias que por alguna razón de principios no tocas? Por ejemplo, que estés casi seguro que van a ser malentendidos".
Creo que a esta altura no hay temas tabú. Y si considero que hay un tema que puede ser mal interpretado, trato justamente de abordar cómo podría ser malinterpretado y me hago cargo. Claro, yo entiendo a Luis, porque en un momento uno dice: "¿Sabís qué? No quiero tener problemas, no quiero que me troleen, no quiero que me escriban 500 personas furiosas porque entendieron mal o yo a lo mejor no expliqué bien”. Al final yo creo que he asumido mi papel: soy un comunicador de la ciencia. Eso tiene costos o tiene dificultades inherentes a un trabajo que yo elegí y, por lo tanto, hay que asumirlos. Por otro lado, desde hace harto tiempo trabajo de forma independiente y evidentemente es mucho más fácil hablar de cualquier tema cuando no va a haber un jefe, un editor, un director de escuela que te va a decir: "¿Sabís qué? Esto tal vez no es muy conveniente porque...". En el fondo, no tengo conflictos de interés y por lo tanto no me siento complicado ni comprometido a la hora de hablar de ningún tema en particular, lo que, por supuesto, me da una gran libertad que es algo que valoro muchísimo.
—Parte de tu trabajo de escritura hoy también se refleja en tu proyecto de podcast, La ciencia pop. ¿Difiere en algún modo tu escritura al trabajar los guiones de tu podcast en relación a tus libros?
Efectivamente, el cambio de formato tiene exigencias distintas. No es lo mismo leer un texto que irlo escuchando, con un contexto distinto, en una actividad distinta; cuando uno lee un libro los ojos están fijos en un lugar, cuando uno escucha un podcast la vista se puede perder en otros lugares y, por lo tanto, ciertamente a la hora de comunicar de manera correcta aparecen otras exigencias. La estrategia narrativa es la misma: no contar directamente la ciencia. Yo no soy profesor de ciencia, no vengo a enseñarte de ciencia, yo soy un contrabandista de ciencia, te cuento una historia entretenida y de contrabando meto ciencia. Si bien esa ciencia al momento de escribir libros de divulgación o columnas de divulgación, siempre está presente, también lo está en el contenido que entrego en el podcast, por audio.
—Te quería pedir si podemos cerrar con dos recomendaciones. Primero, ¿hay algún libro de divulgación de ciencia que hayas leído en el último tiempo y que te haya volado la cabeza, que aún no lo puedas sacar de tus pensamientos?
Si bien todavía lo estoy leyendo, y de vez en cuando lo vuelvo a tomar, hay un libro que efectivamente hizo lo que tú dices: me voló la cabeza. Y me voló la cabeza por la forma en que está escrito, es brillante. Me produce hasta un poco de envidia. Se llama El emperador de todos los males: una biografía del cáncer, es de un médico oncólogo pero que además ha escrito varios libros, todos muy premiados, que se llama Siddhartha Mukherjee. Mientras lo leía de repente tenía que cerrarlo y mirar hacia el cielo. Era como "no puedo creerlo". No puedo creer la facilidad para contar historias tan bonitas. Además, es un libro que habla del cáncer; asociar cáncer y bonito no va mucho de la mano, pero produce esa sensación. Es un libro precioso, está súper bien escrito, es tremendamente interesante.
¿Qué libros de divulgación de ciencia recomendarías y por qué? Responde este correo y cuéntame. O escríbeme en Twitter o Instagram. Las ideas que lleguen serán incluidas en el próximo destilado de libros (revisa el anterior). ¡No olvides justificar tu elección!
—Y lo segundo, si hay consejos, recomendaciones, sugerencias para científicos que tengan la intención de ampliar su público receptor, específicamente escribiendo. ¿Qué les dirías?
Creo que la respuesta también va por ahí. Tengan siempre una historia interesante que contar. En primer lugar, ojalá más científicos se atrevan a hacerlo. Yo creo que es importante compartir nuestras experiencias y puede que tengan distintos ánimos, que tengan ganas de educar, que tengan ganas de formar pensamiento crítico o que sencillamente tengan aspiraciones de escritor y les gustaría contar historias. Cualquiera sea su posición, yo creo que es bueno, nos hace falta como país que hablemos más de estos temas. En segundo lugar, una vez que se atrevan, tengan siempre una historia que contar. Y el mensaje es el siguiente, porque podrán decir: "Oye, pero no en todos los descubrimientos científicos hay un asesinato o un vuelco narrativo intere...". Y mi respuesta es: "¡Siempre hay uno!". Es cosa de escarbar un poco y es súper divertido porque se nos olvida: la ciencia es una actividad humana y a los seres humanos les pasan cosas. Si tienen un dato científico interesante y quieren contar ese dato científico, escarben alrededor de él y les aseguro que va a emerger una historia interesante que se va a convertir en una gran excusa para que trafiquen ciencia. Las historias son un gran vehículo para traficar ciencia, y creo que esa es una gran gran lección.
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Saludos y buenas lecturas,
Patricio Contreras
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