Hola, hipergrafista 👋
Cuando se anunció que Hernán Rivera Letelier recibió el Premio Nacional de Literatura, pensé: “Algo leí de él”.
Pero no recordaba cuándo ni qué.
Me suele pasar. A veces termino un libro y paso a otro sin procesar la lectura. Hay temporadas en que mi apetito es voraz: leo a más de una banda, salto de un texto a otro, termino el que me agarra más. Y cuando trato de recordar siento que mi cerebro se apagó (al terminar un libro) y reinició (al empezar el siguiente).
Hace más de veinte años inicié un hábito que después se convirtió en una obsesión y que hoy es más bien un vestigio.
Ese hábito y obsesión y vestigio se llama “la lista de libros que he leído”.
Esa lista empezó por una buena razón. Allá por el lejano año 2001, cuando tenía 15 años, yo era un flojo empedernido. Más que flojo: era indolente. No leía nada, ni siquiera los libros que me pedían en el colegio.
Un día —¿o una noche?— decidí abjurar de mi mediocridad y me propuse leer, al menos, lo que mis profesores pedían.
En una libreta azul marca Rhein fui anotando las lecturas obligatorias de ese año 2001. Fue un desafío personal: a medida que terminaba un libro se iba directo a la libreta azul.
Curioso, han pasado más de dos décadas y aún conservo esa libreta. Ahí leo ese residuo lector del 2001:
Vuelo nocturno, Antoine de Saint-Exupéry.
La metamorfosis, Franz Kafka.
Ilusiones, Richard Bach.
La ciudad anterior, Gonzalo Contreras.
Harry Potter y la cámara secreta, J. K. Rowling.
Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez.
La amortajada, María Luisa Bombal.
Siete libros que leí el 2001, registrados como un gran logro en la libreta de un quinceañero. A mi músculo lector de hoy eso podrá parecerle una estupidez, pero para mi yo de entonces fue un esfuerzo titánico.
Por si no quedó claro, lo repito: era un flojo indolente.
En fin, cuando se anunció el premio a Rivera Letelier recordé la lista, que hoy vive en una hoja de cálculo en Google Drive. Al abrirla presioné ctrl + F para buscar “Rivera Letelier”. Y sí, leí dos cosas de este autor: La Reina Isabel cantaba rancheras, el año 2003, y Santa María de las flores negras, el año 2007.
¿Recuerdo algo de esas lecturas? Casi nada. Pese a mejorar mi músculo lector, solo en los últimos dos años empecé a “fichar” mis lecturas. Es decir, leer, subrayar, anotar, comentar, y luego traspasar a una tarjeta o documento o base de dato o lo que sea.
Pero bueno, ese es otro cuento para otro boletín.
Mi “lista de libros que he leído” llegó hasta el 2019. En 2020 empecé a usar Goodreads para llevar un registro y también marcar libros que me gustaría leer y que probablemente nunca lea.
Pero cuando abrí nuevamente la hoja de cálculo, sentí un aroma, un bonito recuerdo del pasado. Una escena, una sensación: yo, en casa de mis abuelos, con 15 años, espinilludo y desgarbado, empezando a enamorarme de los libros.
De lo mejor de mi adolescencia.
Bitácora de lectura
Los últimos tres libros que leí:
Mambo, de Alejandra Moffat (Montacerdos). Una novela con voz de niña. Pronto hablaré más de este título.
Como de un país, de Marco Andrés Montenegro (LOM). Novela coral, la comenté en el Hipergrafía #52.
Contra el futuro, de Marta Peirano (Debate). Ensayo sobre cambio climático que comenté en el Hipergrafía #51.
¿Qué estoy leyendo?
Humankind, de Rutger Bregman (Bloomsbury Publishing). Me ha tomado tiempo porque solo leo algunas páginas en la noche. Y he tomado notas como loco. Comenté mis primeras impresiones en el Hipergrafía #51.
Rumi esencial, editado por Kabir Helminski (Koan). Un tema completamente ajeno a mis intereses pero que me saca de la zona de confort: poesía mística sufí.
Qué se viene:
Los límites y el mar, de Esteban Catalán (Montacerdos). A primera vista, un novelón macizo de esos que no suelen publicar muchas editoriales hoy.
El curso que hice al revés, de Ignacio Álvarez (Laurel). Fue mi profe de literatura y lo recuerdo siempre con cariño, así que le pongo todas las fichas a este libro.
Colofón
Cerremos con una cita de Agridulce de Susan Cain:
“No es que el dolor sea igual a arte, sino que la creatividad tiene el poder de mirar a los ojos a la pena y de decidir convertirla en algo mejor” (p. 98).
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Eso es todo, cierre de transmisiones.
Me voy a leer.
Pato
Bueno, te adelantaste 20 años al lifehacking, a James Clear y a toda esta vaina.
Me encantó la cita del colofón. Creo en ese poder transformador.